UNOS MALDITOS INGRATOS





UNOS MALDITOS INGRATOS

 
Cuando vi que se encendía la luz de arriba ya imaginé que era el jefe. ¿Quién iba a ser si no? Y puede que suene un poco extraño pero, como me pasa siempre, no pude evitar sentir una ligera punzada. Yo es sentir su presencia y ya me echo a temblar. Le pasará a todo el mundo, digo yo. El jefe es el jefe. Aquí y en todos lados. Y no es que tenga mal genio, ¡qué va! No me parece a mí que sea eso exactamente. Es bueno por naturaleza. Pero, a ver, carácter sí que tiene. Impone un poco. Y es normal. Todo el día con sus cosas, de aquí para allá. Que siempre tiene que estar en todas partes y pendiente de todo. Y después todo el mundo pidiéndole cosas también. Una locura. Y mucha responsabilidad, supongo. El caso es que yo, con la agitación de verlo llegar, no pude evitar que se me cayeran un par de hojas al suelo. Que me pongo un poco tenso, vamos. Me pasa siempre. Siempre que se pasa por aquí, ya me entiendes. Y no es que sean muchas veces, la verdad. De hecho, hacía tanto que no venía que lo encontré distinto. Como cansado. Apagado es la palabra.
-¡Dios, qué mal aspecto tiene! ¿Ha pasado algo?
Se lo pregunté con sincera preocupación. Como quién se lo pregunta a un amigo. Que no es que lo seamos. En absoluto. Uno no se hace amigo del jefe. No es normal. No se está al mismo nivel. Pero hombre, ya después de tanto tiempo… se le coge no voy a decir cariño porque no es eso exactamente. Le llamaría más bien afectuoso respeto. Porque yo le agradezco que me haya colocado aquí. Fijo como estoy. Con las que están cayendo últimamente... pero la gente no es igual de agradecida. Y eso que todo esto se lo debemos a él. Porque el tinglado este es cosa suya. Que así donde lo ves, con todo el trabajo que hay, hay que darle las gracias a él de todo. Que fue un empeño suyo. Y lo levantó él solito. Sin ayuda de nadie. Y de eso ¿quién se acuerda? Unos desagradecidos, es lo que yo digo. Y al principio –cuentan- le había ido muy bien con la gente, no creas, pero poco a poco se le fue yendo todo al garete. Claro que al principio eran cuatro gatos y ahora esto está sobredimensionado. O eso me parece. Cuando llegué yo hace ya muchos años estaba mal, pero no tanto como ahora. Ahora está la cosa que qué te voy a contar. A la gresca todo el día unos con otros.
-Pues mira, que estoy harto de todo. Y de todos. No te lo tomes a mal. No va por ti. Con vosotros da gusto.-  Me respondió con su voz profunda y un poco autoritaria.
-Ya, imagino. Esto se veía venir. Está todo muy revuelto últimamente. La gente está como desquiciada. Todo el día peleándose. Yo no sé adónde vamos a ir a parar.
-Y que lo digas. Estoy hasta las narices… mira, yo ya tengo una edad y no estoy para estas cosas. Al principio aún iba aguantando. Pero, Uf, ahora qué quieres que te diga. Uno adquiere unos compromisos y tiene el prurito de continuar con la empresa que inició. Que da rabia tener que dar el brazo a torcer, ya me entiendes… pero es que con esta gente no se puede.
Me dio muchísima lástima oírle hablar así. La verdad es que no me gusta nada verlo de esta manera. Así tan alicaído –Ya comenté que siento cierto afecto por él-. Sin embargo, debo admitir que tenía motivos de sobra para estar como estaba. Y yo no supe muy bien que decirle. Por un momento estuve a punto de responderle que me parecía algo consustancial a la naturaleza humana. Pero me visualicé diciéndolo y, no sé, me sentí como un poco ridículo. Así que preferí dejarlo hablar a él.
-Yo ya no sé si es culpa mía.
-No es culpa suya.- Me apresuré a cortarle.
-Imagino que será algo consustancial a la naturaleza humana. Que haya estos conflictos. Que vale, sé que debería estar ya acostumbrado. Pero que conste que no lo entiendo. Deberían darse cuenta de que con esa actitud no se va a ninguna parte. Pero, qué va. Imposible. No hay manera con ellos.
No podía dejar de asentir en todo momento. Porque, sinceramente, tenía toda la razón. Era cierto que todas aquellas estúpidas peleas no tenían ningún sentido. Se había entrado en un círculo vicioso. Aunque en realidad no era algo nuevo. Venía de lejos.
-El problema es que no es solo eso. Es que además no dan una a derechas. Y a mí me es imposible estar encima de la gente diciéndole cómo hay que hacer las cosas. Que no hagas esto. Hazlo así. Esto está mal. No se les puede dejar solos ni un momento. Qué va, entenderás que a mí me es materialmente imposible. Y estas cosas en cuanto las delegas en una persona estás perdido.
-¿Pero con este hombre nuevo no ha mejorado nada? Parece mejor que el otro que se jubiló.- Me atreví a preguntar.
-Si hombre, éste está hecho de otra pasta. Y pone más empeño. ¿Sabes lo que creo? Yo creo que es un problema de concepto. De comunicación. Que no fluye en realidad. Y con un  argentino… ya te puedes imaginar. Tú tratas de explicarles las cosas y te parece que las entienden. Pero, cuando te das cuenta, lo que han transmitido al personal no tiene nada que ver. En fin, supongo que no les queda más remedio para atemorizar a la gente, hacerse respetar y tenerlos controlados. Pero, vamos, que ya no sé si todos ellos no estarían más guapos callados.
Volví a asentir. Estaba claro que sabía perfectamente de lo que hablaba. Y también que hoy venía con ganas de hacerlo. De hablar, ya me entiendes.
-Pero, joder –y perdona el lenguaje-, es que hacen quedar a uno como un verdadero idiota. Que después la gente acaba pensando que en realidad son manías mías pero ¿Qué me importarán a mí esas estupideces que se sacan de la manga? Si es que son idiotas. Como el lío que se montó con lo de las gomas, por ejemplo. Bueno, eso no tiene nada que ver contigo. Pero, vamos, que son tonterías que me traen absolutamente sin cuidado. En esto sí, creo que el nuevo es un poco más espabilado pero, qué va, en general ya te digo: un problema de concepto.
-Entiendo lo que quiere decir.
-Te voy a confesar una cosa. Que te preguntarás porque te lo cuento a ti. Y no te creas, también yo me lo pregunto. Supongo que hay confianza. En fin, la cuestión es que he decidido mandar todo a la mierda y desmontar el tenderete. Que ya son muchos años con esto. Me daría mucha pena ver como todo este esfuerzo me lo echan por tierra estos ingratos. Así que no voy a quedarme de brazos cruzados. Empezar de cero no es una opción. Me retiro. Han conseguido que por fin tenga ganas de jubilarme. Y si piensan que esto va a seguir funcionando están muy equivocados. Yo lo monté y yo lo desmonto. Estaría bueno.
Dentro de mi cabeza las palabras que estaba oyendo tardaron unos instantes en cobrar toda su verdadera dimensión y cuando lo hicieron se apareció un abismo ante mí. Y, es cierto, debería haber pensado en todo el mundo porque aquello no sólo me afectaba a mí. Nos afectaba a todos. Pero en estos casos, supongo, no se puede evitar ser un poco egoísta. Se piensa sólo en uno mismo. No me anduve por las ramas:
-Vamos, no me joda. No puede usted hacer eso. ¿Qué va a ser de mí?
-Bien que lo siento por ti  y por muchos otros que no tenéis  la culpa de nada pero, mira, yo estoy cansado. Muy cansado ya de todo. Completamente harto.
Me quedé helado al darme cuenta de que estaba hablando en serio. Quedé bloqueado. Completamente estupefacto. Y noté que de su boca brotaba su ronca voz pero yo no llegué a procesar el mensaje. Sólo cuando sentí que arriba se apagaba la luz comprendí que se había despedido de mi. Intenté odiarlo con todas mis fuerzas pero no fui capaz. No me salía. Le debía demasiado. Sentía un afectuoso respeto por él. Y seguiría sintiéndolo a pesar de todo. Me invadió sin embargo un sentimiento de odio visceral. Pero no hacia él. Hacia aquellos malditos ingratos que con su estupidez habían mandado todo a la mierda. Me quedé allí solo. En mi sitio. El de siempre. Estático. Con la mente perdida en lo que se me venía encima. Y aunque – me di cuenta entonces-  se me habían caído todas las hojas al suelo, la verdad es que supe que ya no importaba lo más mínimo.

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